sábado, 3 de abril de 2010

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http://colouringsmiles.blogspot.com/





"PROYECTO COLOREANDO SONRISAS"




“…y, de repente, el avión se abrió paso entre las últimas nubes. Allí abajo, a unos 300 metros, se extendía una impresionante vista en la que los campos, ríos y bosques ucranianos reflejaban un espectacular, pero triste y grisáceo, color blanco. Al fin, y después de tanto tiempo trabajando en este proyecto solidario, habíamos llegado a nuestro destino: Ucrania”.

El proyecto “Coloreando Sonrisas” (“The Colouring Smiles Project”) nació en el mes de mayo de 2009 y finalizó a finales de febrero de 2010. En diversas ocasiones, muchos conocidos me han preguntado, -Oye, José Manuel, ¿por qué se te ocurrió la idea de ir a Ucrania para llevar material escolar a los niños que viven en orfanatos? Mi respuesta siempre ha sido la misma: “-No lo sé. No hay ningún motivo concreto. Tan sólo me gustaría ayudar a esos críos. Pienso que llevándoles algo de material para que puedan pintar y dibujar, puede ser una forma divertida y bonita de hacerles sonreír, al menos por unos instantes”. De ahí surgió el nombre del proyecto: “Coloreando Sonrisas”.

Durante los 9 meses en los que se estuvo desarrollando el proyecto, mis expectativas iniciales se fueron superando una vez tras otra. De hecho, al principio mi idea era la de recoger unos cuantos libros para colorear y algunas cajas de lápices de colores, meterlos en mi propio equipaje y, aprovechando unos días de vacaciones por Ucrania, acercarme a algún orfanato y entregarlos personalmente. Sin ninguna intención concreta, más que nada por hacer algo diferente. Pero el proyecto fue creciendo y creciendo, gracias a la colaboración, participación y apoyo de familiares, amigos y conocidos, a los cuales les estoy muy agradecido, ya que sin su ayuda esta proyecto no hubiera sido posible.





Material Escolar



¿Hasta qué punto creció el proyecto? Bien, se puede decir que “unos cuantos libros para colorear y algunas cajas de lápices de colores” se convirtieron en más de 170 kilos de material escolar. Y, además, se llegaron a recaudar más de 1.400 euros para este proyecto.

Pocas semanas antes de mi partida hacia Ucrania, parte de este material escolar fue convenientemente empaquetado, enviado y repartido entre cuatro pequeños orfanatos de la región de Kiev, a los cuales tuve el gusto de contactar gracias a mi incansable búsqueda en internet. Una vez en Ucrania haría todo lo posible por visitar estos orfanatos con el fin de comprobar in situ que los niños disfrutaban de todo el material enviado. La otra parte del material se envió a una fundación benéfica ucraniana, llamada "Edinstvennaya", en la que colabora Yana, una amiga de Kiev. Esta fundación trabaja con diversos orfanatos repartidos por toda Ucrania a los cuales les proporciona una importante ayuda material (alimentos, medicinas, ropas, material escolar, etc) y ayuda educativa y social.

¿Y qué ocurriría con el dinero recaudado para el proyecto? Mi idea inicial era la del uso de este dinero para la compra de bienes de primera necesidad: comida, ropa, medicamentos, etc. En fin, creí conveniente el destinar el dinero en aquello que realmente fuera necesario para los niños. Como podréis leer un poco más adelante, el destino final de parte de ese dinero fue para algo tan elemental como es la COMIDA. Y, finalmente, la otra parte del dinero fue destinado a un proyecto muy interesante: la educación y formación de los niños.

A continuación os relato brevemente mis experiencias durante el corto, pero intenso, viaje a Ucrania. Sin duda, los escasos 4 días que estuvimos en este país dieron para muchas líneas, pero intentaré ser lo más breve posible.





Mis Compañeros de Viaje

Antes de comenzar el relato, me gustaría hablar de mis compañeros de viaje. Que mejor colofón para el proyecto que finalizarlo en compañía de amigos que realmente pensaban que el proyecto “Coloreando Sonrisas” era algo que merecía mucho la pena. Para ellos era algo tan importante, que les supuso el sacrificio de algunos días de sus vacaciones. Les supuso el dejar su país, sus familiares, sus amigos y sus trabajos con el fin de ayudar, de hacer el bien, de ver sonreír a unos niños…




Carlos, José Manuel, Javier y Ruth, cerca de Chernihiv



Desde estas líneas me gustaría agradecer a mis amigos (Carlos, Ruth, Javier y Yolanda) su ayuda, su apoyo, su compañía y, sobre todo, los buenos momentos que me han hecho pasar junto a ellos en este inolvidable viaje. Y, por supuesto, no puedo olvidar también mi agradecimiento a mis amigos de Kiev (Yana, Sasha y Dasha). Este proyecto, simplemente, no hubiera sido posible sin su ayuda y colaboración. La amabilidad y sensibilidad de cada una de estas siete personas, así como su buen hacer en el proyecto, hacen que mi recuerdo hacia ellos sea una de las experiencias más bonitas que me lleve de este viaje. El saber que existen personas como ellos me hace sentir muy orgulloso. Con gente así, sin duda, la palabra AMISTAD puede escribirse en mayúsculas. ¡Gracias por todo, amigos!



Yana y Sasha.....¡Buena Gente!


Miércoles, 24 de febrero de 2010



"La Llegada"

Casi 24 horas después de nuestra salida del aeropuerto de Málaga, y tras una interminable escala en Londres-Gatwick, nos encontrábamos en el aeropuerto internacional de Borispol en Kiev, esperando que las cintas porta-equipajes “escupieran” nuestras mochilas. En nuestras caras se reflejaba una mezcla de cansancio y un sentimiento de ilusión que hacía que ante la cara del resto de pasajeros no pareciéramos unos simples turistas más que visitaban Kiev con la idea de fotografiar sus numerosas y espectaculares iglesias, catedrales y monasterios ortodoxos. Cosa que, por otro lado, recomiendo en gran medida, puesto que Kiev es una de las ciudades más bonitas de Europa. Tampoco se nos veían muchas intenciones de pasar horas y horas nocturnas encerrados en las discotecas de Kiev, en donde, últimamente, muchos turistas, sobre todo “ellos”, ejercen su papel de “despiadados turistas sexuales” y algunas bellas chicas ucranianas ejercen su correspondiente papel de “chica guapa que quiere bailar con un rico chico occidental”. ¿O quizá algo más que bailar?. –Hola, guapo. ¿Me invitas a una copa?- ¡Uf! ¡Mal asunto! ¡Qué vergüenza! Pero no. No estábamos allí para hacer “turismo”. Estábamos allí para hacer algo distinto. Ni peor ni mejor, tan sólo algo diferente.






Aeropuerto Internacional Borispol -Kiev-




Tras recoger nuestro equipaje y sortear la monótona y estéril burocracia fronteriza ucraniana, conseguimos llegar al “hall” del aeropuerto, en donde amablemente nos recibieron más de 4.500 taxistas ofreciéndonos “sus servicios”. Tras esquivarlos, cambiar un poco de dinero a la divisa local y ser “abofeteados” por el invernal frío exterior, conseguimos encontrar el autobús local que nos llevaría hasta la estación central de Kiev. Desde allí cogeríamos el eficiente Metro de Kiev. Cuántos recuerdos me traía el Metro, tantas horas allí "encerrado", tantos buenos recuerdos...En un abrir y cerrar de ojos, estábamos en el centro de la capital ucraniana, en donde nos alojaríamos, comeríamos y descansaríamos.




¿Dónde nos alojamos? Bueno, pues como éramos muchos y tampoco queríamos abusar de la hospitalidad de nuestros amigos ucranianos, decidimos repartirnos entre la casa de unos conocidos y un hostel céntrico.

¿Y dónde comimos? No recuerdo el nombre, pero era un lugar muy interesante. Un tipo de restaurante que no había visto nunca en España. Os explico. El restaurante en cuestión se situaba en el centro de Kiev, muy cerca de la Plaza de la Independencia. Tras bajar unas escaleras, se llegaba a una gran sala en la que había varias mesas y sillas. Hasta aquí nada especial. Lo sorprendente era la gran pantalla de cine que había en uno de los laterales, en donde se proyectaban películas de la “dorada” época soviética. Es decir, cine autóctono de la URSS de los años 50s y 60s. También me llamó mucho la atención la decoración del lugar. Había todo tipo de cuadros, reclamas políticas, objetos y utensilios de la época de la Unión Soviética. Y, por supuesto, la comida también era tradicional. ¡Todo muy rico! ¡Por cierto!

Pero, sin duda, lo mejor de la velada fue la compañía. Era la primera vez en la que nos reuníamos todos los amigos: ucranianos y españoles. Y todos con un fin común: el proyecto “Coloreando Sonrisas”. Estuvimos hablando largo y tendido sobre nuestras vidas, sobre la familia, sobre los amigos que hubieran querido venir, pero finalmente no pudieron, etc etc etc. Pero, sobre todo, estuvimos hablando sobre la visita que realizaríamos al orfanato de Chervony Khutir. Eso ocurriría el sábado 27 de febrero.

El día iba acabándose entre platos de borshch, pelminis y algún que otro chupito de vodka. Había que ir pensando en descansar, puesto que el día había sido muy largo. No obstante, lo más duro y bonito del viaje aún estaba por llegar.

Jueves, 25 de febrero de 2010

"
El Orfanato de Yahotyn"

“…era extremadamente temprano cuando la alarma del móvil me despertó. Aún así, la oscuridad de la noche ya había fallecido. Por la ventana de la habitación se dejaba notar la tenue y triste luz de un plomizo amanecer. Era un día de esos en los que parece que el cielo quiere llorar. Llorar sin consuelo. Llorar por llorar. Tuve la extraña sensación de que el día iba a ser muy duro. Duro en vivencias y sentimientos. Duro como la climatología invernal ucraniana. Duro como el carácter de aquella persona que ahoga sus penas en un infinito trago de vodka…”.

Eran poco más de las 8 de la mañana cuando Carlos, Ruth, Javier, Yolanda y yo nos encontrábamos en la estación central de trenes. Nuestra misión era la de comprar cinco billetes de tren para ir a la pequeña ciudad de Yahotyn, situada a unos 110 kilómetros al este de Kiev. Fue allí, en mitad de la enorme y concurrida estación central, cuando entendí las dudas que tenían nuestros amigos ucranianos sobre la posibilidad de que nosotros, incautos y atrevidos españoles, fuésemos solos hasta Yahotyn sin su compañía. Lamentablemente, ellos no podían acompañarnos durante este día, porque Sasha tenía que trabajar. Además, Yana y Dasha, tenían que partir esa misma mañana hacia el orfanato de Chervony Khutir para preparar todo el programa de actividades que habían previsto para los niños de este orfanato durante nuestra visita del sábado.

Nuestra misión era bien sencilla: llegar solitos hasta Yahotyn, costase lo que costase. Y sí, fue allí, entre aquella marabunta de viajeros que buscaban sus andenes, donde me llevé la primera sorpresa agradable del día, al comprobar que no necesitaríamos la ayuda de nadie para seguir nuestro camino. Iba a ser una tarea difícil y lenta, pero lo lograríamos. Nosotros mismos, chapurreando un poquito de ruso y con un buen diccionario, lo conseguiríamos.

En un abrir y cerrar de ojos, y tras unas cuantas vueltas por la estación, ya estábamos subidos en un prehistórico y destartalado elektrichka (tren regional de la época soviética). Íbamos camino de Yahotyn. Cada uno teníamos nuestro preciado tesoro: un billete de ida y vuelta que tan sólo nos había costado 1 euro con 80 céntimos. Éramos felices. El viaje duró unas 2 horas y media. Durante ese tiempo estuvimos charlando, descansando, bromeando y haciendo un millón de fotos. Pero, lo más interesante del viaje en tren fue el que pudimos ser testigos del ajetreante mundo comercial que se desarrollaba dentro de los vagones. Constantemente entraban personas (mujeres, hombres, jóvenes, ancianos…) que vendían a viva voz cualquier cosa a los pasajeros. Y cuando digo cualquier cosa quiero decir CUALQUIER COSA, desde cepillos para el pelo, cosméticos caseros para la piel, DVDs piratas, crucifijos, comida, juguetes “made in China”, etc etc etc. Cualquier cosa que os podáis imaginar se comercializaba en estos vagones. Pero, como ocurre en todos los negocios, siempre hay algún artículo que “seduce” un poquito más a los bolsillos de los exigentes clientes. Algunos lo llaman Marketing Comercial. Yo, simplemente, lo llamo oportunismo. Y en nuestro vagón, el premio al mejor vendedor se lo llevó un hombre panzudo y desaliñado que vendía botellas de medio litro de cerveza por poco más de 30 céntimos de euro la unidad. ¡Qué buen negocio! ¡Sí señor!



Elektrichka ucraniano




Conforme los kilómetros y el cansancio iban avanzando, pudimos percibir la notable diferencia que existe entre la vida en Kiev y la vida en los “pueblecitos” por los que el tren iba pasando: la noche y el día. La modernidad y el desarrollo de una ciudad europeizada como Kiev nada tenia que ver con esas salpicaduras de 4 ó 5 casas viejas de madera que aparecían y desaparecían de entre los bosques nevados. En un momento dado, a lo lejos, me pareció haber visto algo interesante. ¡Sí! ¡No había duda! Era un viejo carro de madera que, a modo de trineo, era tirado por un desgarbado y mal nutrido caballo. Estaba presenciando la mejor opción de transporte en aquella boscosa, nevada y fría llanura perdida en mitad de la nada. Si acaso, alguna vez aparecía un grupo de 15 ó 20 casas. Incluso, en alguna desvencijada estación de estas pequeñas “aldeas”, se detenía el elektrichka. Subía gente. Bajaba gente. El tren seguía su camino. Volvía a detenerse. Más vendedores. Más cosas raras para comprar. ¿Volverá el vendedor de cervezas? ¡Quién sabe!. Y, finalmente, el viejo dragón metálico continuaba su incansable marcha hacia la Ucrania más profunda y olvidada. Esa Ucrania por la que los turistas nunca se dejaban ver, porque allí no había catedrales bonitas para fotografiar ni discotecas con chicas guapas con las que flirtear.




Trineo de nieve tirado por un caballo



Poco después de mediodía, el tren se detuvo en la estación de Yahotyn. Habíamos llegado a nuestro destino. La estación se situaba a las afueras del casco urbano. Casi no nos habíamos bajado, cuando el tren se perdió de nuestra vista. Fue como si se lo hubiese tragado el manto de nieve que todo cubría. También vimos que los pocos pasajeros que se habían apeado habían desaparecido. Parece que no, pero cuando estás a 5 ó 6 grados bajo cero no apetece estar mucho rato a la intemperie. Así que es razonable que esas personas ya no estuvieran por allí. Sin embargo, para nosotros la llegada fue algo especial. Nos la tomamos con mucha calma. Había ciertas cosas que nos parecían muy interesantes. No sé el qué, pero, quizá las viejas locomotoras soviéticas cubiertas de nieve y abandonadas en las vías, o, quizá, los bajos edificios que se adivinaban en el horizonte y en los que creíamos ver a un grupo de inocentes niños esperando la llegada de sus nuevos amigos españoles. Sí, españoles. Y solos. En mitad de la nada. En mitad de un precioso país lleno de contradicciones.




Estación de Yahotyn



Antes de abandonar la estación, nos detuvimos en el diminuto vestíbulo. Allí había algunas personas esperando la llegada de otros trenes. Sorprendidos, nos miraban de soslayo. -¡Esto es imposible! ¡Unos extranjeros!, pero ¿qué demonios hacen estos chicos por aquí?- pensarían. En ese preciso momento me entraron muchas ganas de preguntarle a algún lugareño: -Disculpe, por favor, ¿dónde está la parada del autobús que nos lleve a las playas de Odessa? Pero no. Creí que no era ni el lugar ni el momento apropiado para bromas. Aunque sí es verdad que hubiera pagado unos cuantos grivnas (moneda ucraniana) por ver sus caras de perplejidad ante tal estúpida pregunta.

Mientras confirmábamos los horarios de regreso a Kiev, me dio por preguntarles a algunas personas sobre la localización del orfanato. Parecía que nadie conocía la calle, aunque todo el mundo sabía de la existencia del orfanato. Fue entonces cuando una amable anciana nos recomendó coger un autobús y bajarnos en una parada bastante lejana llamada “la fábrica”. –Allí estaréis cerca del orfanato- señaló. Tras esperar la llegada de 3 ó 4 autobuses y comprobar que ninguno de ellos se dirigía hacia nuestra parada, decidimos coger un taxi. En realidad los autobuses no eran autobuses, sino “marshrutkas” o furgonetas “tuneadas” y acondicionadas para transportar a 10 ó 12 personas, y en las que, entre codazos y empujones, siempre se lograban meter no menos de 25 pasajeros.




Pasajeros de un "marshrutka"



Tras el pertinente regateo con el taxista, hicimos un trayecto de unos 10 kilómetros. Finalmente conseguimos llegar a la parada de autobús llamada “la fábrica”. Pagamos, bajamos del vehículo y nos quedamos allí, sorprendidos. De nuevo en solitario, en las afueras de Yahotyn, en un lugar extraño. Estábamos junto a la entrada de una enorme fábrica abandonada. Nada especial, pero sí nos llamó la atención la existencia de un monumento en memoria de la II Guerra Mundial. Pero no era un monumento cualquiera. Era un gigantesco tanque soviético ametrallado y destrozado. Era tan real que no parecía un monumento, sino un tanque que realmente había sido abandonado allí mismo tras la contienda. Este detalle nos hizo recordar que por aquel remoto lugar también había pasado la garra mortífera de la guerra. Odio y destrucción en mitad de la nada. Un sinsentido absurdo y despreciable.

A unos 200 metros de la fábrica abandonada había un pequeño núcleo habitado. Dudo que allí hubiera más de 15 ó 20 casas. Caminando torpemente sobre la nieve nos dirigimos a una señora que “paseaba” arrastrando un pequeño trineo con forma de silla en la que había sentado un sonrojado bebé. –Señora, por favor, ¿dónde se encuentra el orfanato?- le preguntamos. –Oh, está muy cerca de aquí- contestó. –Venid conmigo. Os acompañaré. Nuestra nueva guía era una mujer muy amable y simpática. También lo era su bebé, el cuál no paraba de sonreírnos. Tras un breve camino, entre viejas y enmohecidas casas sepultadas en nieve, llegamos a nuestro destino: el orfanato de Yahotyn.




Camino al Orfanato de Yahotyn con nuestra guía y su bebé



Era un edificio grande, de ladrillos marrones y muy alto. Bueno, tampoco era tan alto, solamente tenía dos plantas, pero en comparación con las casas que rodeaban al orfanato, nos pareció un edificio enorme. En el solar donde se situaba el orfanato había un gran descampado. De entre la nieve sobresalían algunos trozos de hierro y plásticos de colores. Se trataba de un antiguo parque infantil del que solamente podía adivinarse la parte alta de lo que parecía ser un tobogán y la parte superior de algunos columpios infantiles. Era asombroso, ¿cuántos centímetros de nieve podía haber allí? No lo sé, pero más de medio metro ¡seguro!





Orfanato de Yahotyn (fachada y exterior)




Nos dirigimos al camino que comunicaba la verja de la entrada con el edificio. En ese momento salía del orfanato una señora mayor, demasiado gruesa para los cánones que habíamos visto en Ucrania. Nos miró sorprendida y nos preguntó -¿ispantsi?-. Le contestamos que sí y nos sonrió tiernamente. Se alegraba mucho de ver que los españoles o “ispantsi” habían llegado al orfanato de Yahotyn.

La primera sensación que tuve al entrar al edificio fue la de absoluta oscuridad, falta de luz. Igual que cuando vas conduciendo en un día soleado y, de repente, entras en un túnel. Sí, lo sé. Hay luz, pero no se ve nada hasta que tus ojos se acostumbran a la penumbra. El recibidor no era muy amplio y, desde él, partía una escalera hacia la planta superior. También había un pasillo que se bifurcaba a izquierda y derecha. Oksana, la señora que nos recibió en la entrada, nos dijo que los niños aún no habían llegado de la escuela. –Ludmila, la directora del orfanato, también llegará pronto-, nos dijo. Amablemente se ofreció para guardar nuestros abrigos y para enseñarnos el orfanato: la sala de estudios, las habitaciones, los baños, el comedor, la sala de juegos, la cocina….Todo era tal y como me lo había imaginado, pero mucho más antiguo. Parecía que cada una de las distintas habitaciones estuviese equipada con muebles de otra época. Exactamente igual que esas casas que salen en las películas de los años 40s o 50s. Todos los muebles eran extremadamente antiguos, aunque, aparentemente, todo se encontraba en buen estado, limpio y ordenado. Todo lo que veía durante nuestra visita me hacía pensar que los niños se debían sentir muy cómodos allí. Esa primera impresión me hizo sentir muy a gusto.







Detalles del interior del Orfanato de Yahotyn



Tras nuestra visita a las instalaciones del orfanato, Oksana nos invitó a sentarnos en el comedor. Habían preparado algo de comida para nosotros. Mientras saboreábamos algunos deliciosos manjares de la cocina ucraniana, comenzaron a llegar los primeros niños. Fue emocionante. Pasaban esquiva y rápidamente junto a nosotros. Nos miraban. Volvían a pasar. Sonreían. Se marchaban. Volvían a pasar. Eran 4 niños de unos 5 años de edad. Se divertían con nuestra presencia. Ese día nosotros éramos los juguetes más divertidos para ellos.



Los niños llegan de la Escuela





A los pocos minutos de la llegada de los primeros niños, comenzaron a llegar todos los demás. Sería un grupo de unos 15 ó 20 niños y niñas de diversas edades. Calculo que tendrían entre 4 y 17 años. Aunque, eso sí, todos tenían una característica común: la sorpresa al vernos allí.

Oksana nos presentó a una chica mayor, de unos 17 años, llamada Vita. -¡Qué sorpresa, Vita! ¡Qué bien hablas español!- dijimos. -Bueno, sí, ¡gracias! Desde que tenía 9 años, me acoge una familia de Zaragoza unas cuantas semanas al año, durante el verano.- dijo Vita. En ese momento nos dimos cuenta de que nuestra visita al orfanato de Yahotyn iba a ser un poquito más larga, puesto que estaba salvado el grave problema de la comunicación en un idioma distinto al nuestro. Habíamos encontrado a la intérprete perfecta. La joven y alegre Vita.


La sonrisa de los niños fue la mejor recompensa a tanto esfuerzo




Mientras terminábamos nuestra comida y ayudábamos a recoger la mesa, llegaron Ludmila y Ruslana, la directora del orfanato y su ayudante. Fue un placer conocerlas y charlar con ellas largo y tendido acerca de la organización del centro y de todos los problemas con los que se enfrentan a diario. Supimos de primera mano muchas cosas, en especial aquellas referentes a las ayudas que recibía el orfanato por parte de las autoridades ucranianas (casi nulas), la mala fe con la que actúan muchas asociaciones extranjeras que se supone que “ayudan” a los orfanatos, etc etc. En fin, una serie de historias tristes y duras que nos hicieron sentir por momentos bastante incómodos. Al escucharlas, tenía la sensación de que todo sonaba un poco más duro y real debido a que todos los problemas que nos estaban contando los estábamos viendo allí mismo, delante de nuestras narices. ¡Qué injusta es esta Sociedad! Unos tanto y otros tan poco. Y lo peor de todo es que aquella situación tan injusta la pagaban unos pobres niños que vivían en un pequeño orfanato en mitad de la nada.




“…Ludmila, en un momento de nuestra interesante conversación, me preguntó sobre cómo había conseguido contactarles desde España. Le hablé durante mucho tiempo sobre el esfuerzo y la dificultad con las que me encontré para contactar con ellos. Le conté que, para facilitar mi labor, decidí contactar con algunas asociaciones españolas que se dedican a la ayuda a los orfanatos y huérfanos ucranianos. Pues bien, NINGUNA de ellas se dignó a contestarme para facilitarme alguna información y, ni muchísimo menos, para interesarse por el Proyecto “Coloreando Sonrisas”. ¡Ninguna respuesta, Ludmila! ¿Puedes creerme?- le dije. Nada de nada. Fue como preguntarle a una pared: el silencio más ruin y miserable como respuesta.

No obstante, después de muchas horas de indagar por Internet, conseguí algunas direcciones de orfanatos. En concreto, la dirección del orfanato de Yahotyn aparecía en una sección de la página web de una de estas asociaciones. Mejor no voy a facilitar el nombre públicamente, porque no pretendo acusar a nadie de nada. Mejor que cada uno saque sus propias conclusiones.



Vita, nuestra querida y simpática traductora




El caso es que cuando le dije el nombre de la Asociación a Ludmila, súbitamente, se le puso la cara pálida. Con la voz cargada de indignación me preguntó: -¿Y qué dicen de nosotros en su web? -Pues Ludmila – le dije, -ellos dicen que os han ayudado económicamente para la realización de una serie de reformas de mejora en el orfanato. De hecho, dichas reformas se detallan en un presupuesto en el que, incluso, salen algunas fotos del centro y de los niños.

-¡No puedo creerlo!- dijo Ludmila. -¿Cómo puede ser eso verdad? Es cierto que hace unos años vinieron a visitarnos unas personas de esa asociación. Nos prometieron que iban a ayudarnos y yo les creí. Se dedicaron a sacar un montón de fotos y nos dijeron que pronto volveríamos a tener noticias suyas. Hasta la fecha de hoy no he vuelto a saber nada de ellos, excepto lo que tú me estás contando-.

-Ludmila, si quieres puedo facilitarte el enlace de la página web y podrás comprobarlo por ti misma- le dije. Ella me miró y, resignada, me dijo que no era necesario. Me creía. Pienso que no era la primera vez que les pasaba algo así. Ni a ellos ni a otros orfanatos.

¡Qué triste! –pensé. ¿Por qué mienten y se aprovechan de estas personas? ¿Qué beneficio habrá detrás de ciertas actividades de ciertas asociaciones? Que cada uno saque sus propias conclusiones. En mi opinión, no todas las asociaciones actúan de la misma manera. De hecho, pienso que la mayoría de ellas realizan un excelente trabajo solidario. Incluso, yo mismo he pensado en crear una pequeña asociación para continuar ayudando a estos niños con proyectos similares al Proyecto “Coloreando Sonrisas”. Aunque después de comprobar cómo se las gastan algunas “ONGs”, ahora entiendo la postura de aquellas personas que desconfían totalmente de este tipo de organizaciones. La realidad es como es y no podemos cambiarla fácilmente, aunque sí podemos intentar mejorarla con nuestras acciones, con nuestro ejemplo, con nuestro civismo y con nuestra buena voluntad…”


Mientras conversábamos con las responsables del Centro, los niños fueron, poco a poco, tomando confianza con nosotros, sobre todo gracias a los juegos y carantoñas iniciales que les hacía Javier y Carlos. Era muy gratificante el ver cómo esos niños eran felices. Eso se les notaba en la cara. Incluso la relación que tenían los niños con Ludmila y con las demás responsables del Centro. La relación la calificaría como de total familiaridad y distensión. Se notaba en la expresión de los niños, en sus miradas, en sus gestos…esta situación ¡nos encantó!. El único problema para ellos es la falta de medios, pero por todo lo demás, parecían muy, pero que muy felices. Y allí estábamos nosotros, para intentar que su felicidad creciera un poquito más, gracias a nuestro proyecto. Gracias al Proyecto “Coloreando Sonrisas” y gracias a todos los que habían participado en él.



Carlos "haciendo amigos"




Tras un buen rato de agradable conversación, propusimos el ir a comprar a alguna tienda cercana. Estuvimos preguntándole a la directora acerca de qué materiales podrían ser más útiles en ese momento para ellos. Nos comentó que, básicamente, lo que mejor les podría venir era COMIDA. Sí, comida. Algo tan elemental. Algo que a nosotros, afortunadamente, nos sobra cada día. Para ellos era como un preciado tesoro. Iríamos a comprar comida a una tienda cercana.

Durante el trayecto a la tienda, a la que fuimos con una responsable del centro –la simpática Señora Petrovna- y con algunos niños mayores (muy buenos ayudantes, por cierto), nos comentaron que para ellos el poder comer fruta fresca era como un manjar que no podían permitirse frecuentemente. Eso fue algo que me impactó mucho. Pensé que la falta de alimentos frescos como la fruta, hacía que la salud de esos niños pudiera verse muy dañada. –¡Estupendo! ¡Compraremos mucha fruta!-, dijimos.

En la pequeña tienda de comestibles a la que habíamos ido a comprar había muy poca variedad de género, tal y como ocurría en los viejos “gastronom” de la época soviética. No obstante, podía comprarse lo más básico. De hecho, la Señora Petrovna compró gran cantidad de comida: huevos, pasta, carne, leche, etc etc etc. Y, por supuesto, compró mucha fruta.



Algunos de los alimentos que se compraron




Fue una experiencia un poco triste. Al menos, yo me sentí muy triste y tuve que salir de la tienda para tomar un poco de aire. La situación me pudo. Sobre todo cuando veía la cara de esos niños y escuchaba algunos comentarios del tipo: ¡Um, qué bien! ¡Hoy comeremos fruta! O ¡Beberemos coca-cola!…Se les veía muy felices por el simple hecho de que durante unos pocos días, gracias a nuestra ayuda, iban a poder comer algo tan simple como es la fruta. En fin, una situación realmente dura y emotiva.

De vuelta al orfanato, y tras varios “viajes” a la tienda en busca del preciado tesoro (la comida), tuvimos la oportunidad de ver cómo los niños abrían la gran caja que contenía todo el material escolar que se les había enviado pocos días antes desde España. Fue un momento inolvidable, uno de los mejores momentos de este viaje. Recuerdo la felicidad, el entusiasmo, la alegría con la que esos niños, sobre todo los más pequeños, sacaban cada uno de los regalos que había en el interior de aquella caja. Había de todo. Desde cajas de lápices de colores, libros para colorear, libretas, libros de lectura, algún que otro juguete, y un largo etcétera. En ese momento recordé cada uno de los pequeños envíos que fui recibiendo durante los 9 meses en los que se llevó a cabo el proyecto “Coloreando Sonrisas”. Recuerdo como hubo personas que, gracias a la red social de viajeros “Couchsurfing”, me enviaron pequeños paquetes desde toda España, e incluso, desde países tan lejanos como Indonesia, Australia, China, Holanda, Alemania…y muchos lugares más. También, recordé con mucho cariño el aporte de material de mis amigos y familiares. Pues, bien, en ese momento en el que veía la sonrisa de esos niños y la felicidad en sus rostros al ver esos regalos, fue cuando me sentí realmente orgulloso de todas las personas que me habían ayudado. Y en este momento que me encuentro ahora, escribiendo este relato, es cuando, de nuevo, vuelvo a aprovechar la oportunidad para mostrarles mi más sincero agradecimiento a cada una de esas personas que hicieron que el Proyecto “Coloreando Sonrisas” se convirtiera en una realidad ¡Gracias, de corazón!




Proyecto Coloreando Sonrisas -The Colouring Smiles Project-





Eran ya casi las 6 de la tarde cuando tuvimos que marcharnos. La despedida no fue triste, ni muchísimo menos. Nos despedimos de todos los niños y de los responsables del centro, los cuales nos invitaron a regresar en un futuro. -¡Cuando queráis! ¡Aquí tenéis vuestra casa!- decían. Puede parecer normal que nos invitaran a volver, puesto que les habíamos ayudado, y mucho. Pero, no. No era la típica invitación formal. Se les notaba que lo decían de corazón. Sé que les alegraría muchísimo el volver a vernos por allí, aunque regresáramos sin ayuda, sin dinero, sin regalos, sin comida. Aún así, se alegrarían de volver a ver a sus nuevos amigos españoles. De eso no me cabe ni la más mínima duda.

Teníamos que regresar a Kiev y, aún, nos esperaba un largo camino de vuelta. Era ya noche cerrada cuando nos subimos en el elektrichka. En esta ocasión el viaje fue mucho más tranquilo, puesto que había muy pocos pasajeros y los vendedores ya debían estar preparando sus mercancías para venderlas al día siguiente por la mañana, porque por allí no apareció nadie. Tan sólo la revisora, la cuál nos pidió los billetes y su cara mostró una gran sorpresa al ver extranjeros por allí, en un lugar tan apartado de la típica ruta turística ucraniana. -¿Qué demonios harán estos por aquí? –pensaría. Si hubiera sabido lo que habíamos estado haciendo en Yahotyn, seguramente ni siquiera nos habría pedido los billetes. Hasta, incluso, nos hubiera sonreído.

Era ya tarde cuando llegamos a la estación central de Kiev. Nuestro buen amigo Sasha nos esperaba allí. Ya había acabado su jornada laboral y estaba ansioso por escuchar nuestras anécdotas del día. Fuimos a cenar a un restaurante de comida ucraniana. Después fuimos a un pub a ver un partido de fútbol en compañía de unas buenas cervezas. Tras unos cuantos goles decidimos irnos a descansar. El día había concluido y todos teníamos la enorme satisfacción de saber que lo que habíamos hecho durante ese largísimo día lo habíamos hecho de corazón, con nuestras mejores intenciones. Éramos felices al saber que habíamos sido de ayuda. También nos reconfortaba el saber que unos niños habían sido un poco más felices gracias a nuestra visita.

Viernes, 26 de febrero de 2010



"Los turistas"

Era muy temprano, pero Sasha ya estaba un poco enfadado. Se le notaba. Creo que eso de relacionarse durante tanto tiempo con españoles debía sacarle un poco de sus casillas. -¡Estos españoles! ¡Impuntuales, bromistas, despistados…! –pensaría. Pero, en el fondo, tenía razón. Habíamos quedado a las 8 de la mañana en la puerta del hostel. Sasha y Oleg, el chofer del minibús, llevaban casi 20 minutos esperándonos y aún no habíamos bajado. Teníamos que recoger todo el equipaje, puesto que esa misma mañana partíamos hacia el norte. Íbamos a Novhorod Siversky, un pequeño pueblo situado a unos 320 kilómetros al noreste de Kiev. Ese sería nuestro siguiente destino. Allí haríamos noche, antes de visitar el remoto Orfanato de Chervony Khutir.

Eran casi las 9 de la mañana cuando abandonamos los últimos barrios periféricos de Kiev. En la radio sonaba música tradicional ucraniana. ¡Uf, que sueño!- pensé. Pero no, no podía dormirme. Quería saborear cada uno de los bellos paisajes que íbamos encontrándonos por el camino. Gracias a mi considerable tamaño, pude sentarme en el asiento delantero. En fin, algo bueno debía tener el ser un hombretón de tamaño XXL, ¿no?. Bosques, nieve, pueblos, aldeas, más bosques y mucha más nieve. Un paisaje precioso. Una estampa fría y bucólica.

A las dos horas y media de camino, nos encontrábamos en la histórica Chernihiv, nuestra primera parada. En esta preciosa ciudad tuvimos la oportunidad de sacar 2 millones de fotos. Antes de recorrer Chernihiv, nos detuvimos en un restaurante para desayunar algo. Como yo soy un tipo muy “listo”, pues decidí aventurarme a pedir mi desayuno. Por mí mismo. En ruso, y sin ayuda de Sasha. Bueno, sólo deciros que “ensalada césar y pollo con salsa barbacoa” no es la mejor opción para desayunar, porque acompañar con esa comida al café con leche pues…en fin. Después del “desayuno”, visitamos algunas iglesias, monasterios y parques. Sin duda, Chernihiv es una de las ciudades más bonitas de Ucrania. Su centro histórico es una auténtica maravilla. Estuvimos recurriendo cada uno de sus rincones durante poco más de dos horas. Tras comprar un montón de pasteles, tartas y muchos kilos de fruta para los críos del orfanato, seguimos nuestro camino.






Iglesia y Monasterio en la histórica ciudad de Chernihiv



Conforme íbamos avanzando hacia el norte, los pueblos iban distanciándose y los bosques iban espesándose. Al mismo tiempo, la carretera iba estrechándose y llenándose de baches, placas de hielo y trozos de nieve. Estábamos adentrándonos en lo más profundo y rural del país. Un lugar demasiado remoto, salvaje y lejano. Hasta los propios ucranianos que nos acompañaban tenían esa misma sensación. Era algo increíble. Si en un diccionario, al definirse el término “remoto”, pudiera poner una foto, sin duda, pondría alguna foto de ese lugar. Pensé que en esos espesos bosques que rodeaban la carretera vivirían muchos animales salvajes. -¿Sasha, qué tipo de fauna hay por aquí? –le pregunté a mi amigo. ¡Puf! ¡Aquí hay de todo, José Manuel! Incluso hay lobos, ciervos, jabalíes y bisontes europeos. -¡Venga ya, Sasha! ¡Te estás quedando conmigo!- le dije bromeando. ¿Bisontes europeos? No me lo creo. –Pues créeme, José Manuel. Hay muy pocos, pero los hay. Raras veces pueden verse, pero en estos bosques, entre las fronteras de Ucrania, Rusia y Bielorrusia, puedes encontrarlos. Durante un rato estuve pensando en lo que dijo Sasha –“No hay muchos, pero algunos hay”. Me parecía fascinante. Ojala tuviera la suerte de ver a uno, cruzando la carretera. Mirándonos, fotografiándolo…¡Uf! ¡Menuda experiencia!. El resto del viaje estuve más atento a los bosques que a la propia carretera, pero, lógicamente, no tuve la suerte de ver ningún animal salvaje.



Viejo camión-cisterna repartiendo "malakó" (leche)




Antes del anochecer habíamos llegado a Novhorod Siversky. Estábamos muy cerca de la frontera rusa, a unos 30 ó 40 kilómetros. La frontera de la enigmática Bielorrusia tampoco quedaba lejos. Estábamos en mitad de la nada, rodeados de frondosos bosques nevados, lobos, jabalíes y zubri (bisontes europeos). ¿Qué más podíamos pedir?


Llegando a Novhorod Siversky



Novhorod Siversky era un pueblecito pequeño, de unos 15 mil habitantes. Era un lugar muy bonito y el más habitado de la zona, pero… había una pregunta que me intrigaba muchísimo ¿a qué se dedicarían sus habitantes en un lugar en el que no había nada? Allí no había fábricas, ni comercios, ni turismo…¡nada de nada!. Tan sólo bosques, nieve, frío y soledad.

De repente, llegamos a nuestro hotel. ¿Os podéis imaginar mi reacción al ver allí, en mitad de la nada, un suntuoso hotel de cuatro estrellas? ¡Sí! ¡De cuatro estrellas! No me equivoqué al contar. Había una, dos, tres y cuatro estrellas. ¡No me lo podía creer! Era un hotel grande, relativamente nuevo y, por supuesto, sin huéspedes ni turistas. -Pero, ¿qué demonios es esto? Sasha, ¿qué hace este hotel tan grande aquí?- pregunté confundido. –No te extrañes, José Manuel. Esta es una muestra más de la locura, irresponsabilidad y sinrazón de nuestros políticos. Antes de la famosa “Revolución Naranja” de Viktor Yushchenko. -¿Yushchenko? ¡Ah, sí! –pensé. Ese era aquél político ucraniano al que se le deformó la cara, porque miembros del servicio secreto ucraniano partidarios de la alianza con Rusia, supuestamente, lo envenenaron con dioxina. –Pues bien, -continuó Sasha- antes de Yushchenko teníamos un presidente, Leonid Kuchma, al que le gustaba muchísimo la caza. Era su gran pasión. Como te he comentado antes, en esta zona tan boscosa hay muchos animales, por lo que la práctica de la caza es muy extendida. Pues bien, el presidente “Chusma”, digo Kuchma, pensó que sería una buenísima idea el construir en Novhorod Siversky un gran hotel con el fin de atraer la atención de aquellos turistas apasionados por la caza. Como ves, la idea no era mala, pero el resultado sí lo fue. ¿Por qué? Aquí no llegan turistas. Este lugar está demasiado lejos de “la civilización”. Es un lugar extremadamente remoto- reflexionaba Sasha.

Tras acomodarnos en nuestras confortables habitaciones, decidimos visitar el enorme monasterio que se encontraba justo al lado del hotel. La recepcionista nos había comentado que esa misma noche se celebraría una misa en honor de alguna fiesta religiosa ortodoxa. Nos dijo que podría ser una opción muy interesante para nosotros. Antes de entrar a la iglesia en donde se desarrollaría la ceremonia, y aprovechando las últimas luces del día, estuvimos sacando algunas fotos del monasterio.




Monasterio de Novhorod Siversky



Era un recinto enorme, compuesto por varias edificaciones: iglesia principal, museo, refectorio, habitaciones de los monjes…Había una enorme muralla que rodeaba el recinto monacal. Encima de la muralla había una especie de pasarela que hacía las funciones de mirador. Pensé que sería maravilloso si pudiéramos subir allí y observar el monasterio y sus alrededores desde esa altura. Pero, lamentablemente, ya había anochecido y no teníamos tiempo para hacer más turismo. Nos dirigimos a la iglesia en donde ya había comenzado la espectacular y sobrecogedora ceremonia religiosa.

Al abrir la puerta de la entrada a la iglesia, un recargado olor a incienso golpeó nuestros pulmones. Había muchos feligreses dentro. Todos de pie. Las mujeres tenían cubiertas sus cabezas con un peculiar pañuelo. De fondo se oían los cánticos y rezos de los monjes ortodoxos. Un Pope del monasterio blandía y agitaba por toda la iglesia un enorme incensario, del que se desprendía un espeso humo blanco y un penetrante olor a pureza. Otros monjes, mezclados entre los asistentes, rezaban arrodillándose y golpeándose la frente con el suelo. Era algo similar al rezo musulmán. Me llamó mucho la atención. Yo nunca me he considerado una persona muy religiosa, de hecho no lo soy, pero he de reconocer que aquél “espectáculo” me fascinó. No era la primera vez que asistía a una ceremonia ortodoxa, pero aquella fue especial. No sé si era por el ambiente, mágico y misterioso, por los cánticos, por el olor, por lo remoto del lugar, por los rezos, por el cansancio…¡no sé!, pero aquello fue algo inolvidable. La misa, de la que no entendíamos nada, pues se desarrollaba en eslavo antiguo, seguía desarrollándose de forma vistosa. Pude comprobar como mis compañeros de viaje, en especial Ruth, también disfrutaban de lo lindo con cada uno de los actos que se iban sucediendo. Incluso, pude comprobar como llegaron a emocionarse con lo que estaban viendo. Una experiencia que tardaremos mucho tiempo en olvidar. Algo diferente, allí, e un monasterio, en Novhorod Siversky, en mitad de la nada. Algo para recordar. Misticismo religioso en estado puro.






Tras la ceremonia, regresamos al hotel. Era hora de cenar. Mientras nos sentábamos en la mesa del restaurante, llegaron Yana, Dasha y algunos miembros de la fundación para la que colaboraban. Acababan de llegar del Orfanato de Chervony Khutir. Todo estaba preparado para nuestra visita del día siguiente. Se les veía muy cansados, pero muy satisfechos con el trabajo que habían estado realizando con los niños durante las últimas 48 horas. Su trabajo, gratuito y altruista, para promover la sociabilidad y la educación de esos niños era un gesto de incalculable valor. Un acto admirable y digno de alabanza.

Durante la cena estuvimos charlando, comiendo, bebiendo vodka y bromeando sobre la posibilidad de salir de marcha. Era viernes por la noche y el ambiente prometía: seguro que los bisontes europeos estarían ansiosos por bailar reggaeton con aquellos atractivos turistas españoles, ¿verdad Javi?. Ya sabes, siendo clientes VIP en la disco del pueblo y con los vodka-naranja a 70 céntimos de euro, el bailar con los bisontes podría ser una experiencia muy interesante. Pero, mejor no. Mejor sería irse a dormir, porque el día había sido muy duro y estábamos exhaustos. Además, dicen que los bisontes ucranianos tienen muy mala malakó (leche).



Cenando en el hotel de Novhorod Siversky





“…Era muy tarde. Madrugada oscura y fría. Mi buen amigo Javier dormía en la cama de al lado. Nuestra habitación estaba a unos 100 metros escasos de los muros de uno de los lugares más fascinantes que había visitado en mi vida. Ese monasterio de Novhorod Siversky y la asistencia a esa misa ortodoxa me habían marcado. Mientras trataba de conciliar el sueño, bajo aquella romántica serenata de ronquidos (¡Sí, Javi! ¡Te aseguro que roncas! ¡Y mucho!), me acordé de algo. Me acordé de ciertas personas. Yo, irónicamente, los llamaba “acaparadores de bondad”. No sé por qué, pero me acordé de ellos. ¡No! ¡Ahora no, por favor! No necesitaba recordar a esos “personajillos” que buscan su minuto de gloria, su demostración de bondad. Sí, me refiero a esas personas que buscan “la foto”. Esa “foto” en la que ellos salen como protagonistas. Esa “foto” en las que se les ve, normalmente, en una pose de buena gente. Felices, guapos y agraciados. Esa “foto” en la que los “acaparadores de bondad” salen ayudando a unos pobres niños. Ayudando a unos miserables huérfanos ucranianos. ¡Joder, claro! ¡Qué buena gente! Además, si en esa “foto” los niños parecen estar muy enfermos, aparentan ser muy pobres y parecen desconsoladamente tristes y apenados, pues ¡muchísimo mejor! ¿Verdad? ¡Claro! ¡Así los “acaparadores de bondad” parecerán mejores personas! ¡Más buenos! Y, tranquilamente, podrán decir: -¡Mira, cariño, qué guapo salgo en esta foto! ¡Sí, sí…qué pena, ¿verdad?! Este pobre niño ucraniano que está sentado junto a mí tiene leucemia y aquél otro, ¡no, ese no!, ¡aquél! ¡El de allí!¡Sí, ese, el de la camiseta verde! Ese nene tiene un tumor tiroideo. Y sí, ¡claro! ¡Todos son huérfanos! ¡Y no tienen dinero! ¡Mira! Esa niña tiene la ropa destrozada y tiene la carita sucia. ¡Uy! Parece que ha llorado mucho, ¿verdad? ¡Pobrecita!. Pero, no importa, cariño. ¡Yo soy muy feliz! ¡Les he ayudado! ¡Y, mira! ¡Qué bien salgo en esta foto! ¡Uy, pero si estoy un poquito despeinado! ¡Vaya! ¡Joder! ¡Y la foto está un poco borrosa! ¡Mierda!

Me retorcí de rabia en la cama al recordar a los “acaparadores de bondad”. Me estaban robando el sueño y parte del poco tiempo que tenía para descansar. Son de lo peor. Los “acaparadores de bondad”. Esos desgraciados sin escrúpulos que necesitan este tipo de “fotos” para sentirse bien consigo mismo, para auto-engañarse, para creerse buenas personas por el simple hecho de salir en una “foto” ayudando a unos pobres niños ¡Qué asco de gente! Y lo peor de todo es que a este tipo de personas, sin escrúpulos ni corazón, también he tenido la desgracia de conocerlas a través del Proyecto “Coloreando Sonrisas”. Personas que no merecen ni una sola palabra más, pero sí mi más sincero desprecio. No obstante, quiero que sepan una cosa: -Escuchadme miserables, “acaparadores de bondad”, quiero que os quede claro una cosa. Aquí estamos, simplemente, para ayudar y NO para demostrarle a los demás lo buena gente que somos. ¿De acuerdo? Ayudar por ayudar. Esa es la cuestión. Ayudar de corazón. Sin más-.”


Sábado, 27 de febrero de 2010

Chervony Khutir

Ya había amanecido cuando un incesante repicar de campanas me despertaron. Me levanté y al asomarme por la ventana pude ver cómo la pausada actividad monacal ya había comenzado. Aquél lugar era maravillosamente tranquilo. Soledad, quietud y paz elevadas a su máxima potencia.

Rápidamente nos vestimos y preparamos nuestro equipaje. Habíamos quedado a las 9 para dirigirnos al Orfanato de Chervony Khutir. Aún teníamos tiempo de hacer una nueva visita al Monasterio. Queríamos hacer más fotos. Sasha, Javier y yo fuimos los más madrugadores. Y los más afortunados, porque la visita fue inolvidable. Tras un acelerado curso de patinaje sobre hielo, llegamos al interior del recinto. Decidimos que sería muy buena opción el poder subir a lo alto de los muros. Le pedimos permiso a uno de los monjes para que nos abriera una de las puertas de las torres del muro. Amablemente nos abrió el candado y, en un visto y no visto, estábamos encaramados a lo más alto del monasterio, disfrutando de unas espectaculares vistas.








Momentos antes de quedarnos encerrados en el monasterio



Después de unos 30 minutos volvimos a la puerta por la que habíamos entrado, pero (¡sorpresa!) la puerta estaba cerrada. Nos habíamos quedado allí, a unos 10 metros del suelo. Comenzamos a golpear la puerta y a pedir ayuda, pero ¡nada!. No había nadie por allí. Nerviosamente comenzamos a buscar una salida alternativa. Eran las 9 menos cinco. El resto de personas del grupo ya estarían esperándonos. Suponíamos que si a las 9 y media veían que no aparecíamos, pues nos buscarían. Eso nos calmó un poco. Hacía mucho frío. Calculo que unos 5 grados bajo cero, aunque la sensación era de mucho más frío, puesto que estábamos en alto, en un espacio abierto. ¿Cómo nos podían haber encerrado? ¿Querrán estos tipos que nos hiciéramos monjes? Pues si es eso lo que querían, estaban aviados.

Fueron momentos de nerviosismo, pero tras unos minutos buscando una salida, conseguimos encontrar una vieja escalera que estaba apoyada en uno de los muros que daban acceso a la pasarela. El problema era que para llegar a la escalera había que caminar por un helado tejado de madera. Nos armamos de valor y conseguimos salir sanos y salvos de aquella situación. Como podéis comprobar en las siguientes fotos, nos lo tomamos con mucho humor.





Celebrando que habíamos encontrado una escalera por la que bajar



Cuando regresamos al hotel, en donde todos nos esperaban, las caras de bienvenida no eran muy amistosas. Sabíamos que llegábamos tarde, pero tras contar nuestra experiencia de encierro forzoso en el Monasterio, todos se calmaron. Incluso, se lo tomaron con demasiado humor. A los nuevos monjes el desayuno se les hizo demasiado largo, soportando las 1.001 bromas sobre su nueva condición. Todos coincidieron en que lo más duro para ellos sería el soportar el voto de castidad. Hubo unanimidad.

Después de cargar el minibús con todo nuestro equipaje y todos los regalos para los niños (material escolar, tartas, fruta…), llegó la hora de abandonar Novhorod Siversky. Teníamos por delante unos 30 ó 40 kilómetros. Ahora sí, abandonábamos la civilización. La carretera era pésima. Bueno, carretera no. Era un estrecho carril por el que solamente cabía un coche. Afortunadamente no había ningún tipo de desnivel o precipicio en los márgenes del carril. Más que conducir, nuestro buen amigo Oleg se dedicaba a patinar o deslizarse con el minibús sobre la capa de hielo que había sobre el camino. El verde oscuro de los frondosos bosques y el blanco cegador de la nieve hacía de la situación una estampa irreal y bella. Conforme íbamos avanzando hacia Chervony Khutir, aparecían algunas pequeñas agrupaciones de casas. Esas casitas de madera parecía que no estaban habitadas, pero de vez en cuando se cruzaba alguna persona por nuestro camino. A estas alturas del viaje ya no me sorprendía nada, pero siempre tenía esa extraña sensación de estar en el lugar más remoto del universo. El más inaccesible. El más lejano. El más bonito.





Camino de Chervony Khutir



Por fin llegamos a nuestro destino: Chervony Khutir. Un grupo de 12 viejas casas de madera y 3 edificaciones mucho más grande alrededor de una pequeña plazoleta. El edificio de la escuela, el edificio de los dormitorios y el gran comedor con la cocina. Esas eran las tres edificaciones del Orfanato de Chervony Khutir.






Orfanato de Chervony Khutir




Casi dos horas de camino para recorrer unos 40 kilómetros y llegar al fin del mundo. Allí se acababa el camino y se acababa nuestro viaje. Tras Chervony Khutir no había nada. Tan sólo más nieve y más bosques. Ya no había más casas, ni más pueblos, ni más personas. Allí se acababa Ucrania. A unos 10 kilómetros estaba la frontera con Rusia. Y un poco más al oeste, a unos 20 kilómetros, la frontera con Bielorrusia, terra incógnita y olvidada. Me pareció increíble. ¿Cómo habíamos conseguido llegar hasta allí? ¡Era alucinante!

Estuvimos unos minutos fuera del recinto. Esperábamos a que los niños prepararan nuestra bienvenida. El lugar era inhóspito y hacía un frío terrible. Parecía que habíamos viajado en el tiempo. Los edificios del orfanato eran grandes y extremadamente antiguos. Calculé que tendrían más de 100 años y, desde fuera, se notaba que no habían sido reformados en mucho tiempo. En mi opinión, no era un lugar especialmente acogedor. El orfanato se asemejaba a una especie de cárcel en la que no tenía sentido huir, puesto que, simplemente, allí, en mitad de la nada, no había ningún sitio a donde ir. Un lugar para el olvido. El lugar perfecto para todo aquél que quisiera conocer otro tipo de vida. Para aquél que quisiera desconectar. Para aquél que quisiera negar la posibilidad de vivir en un mundo mejor. Y allí estábamos nosotros, esperando, con mucha ilusión. Tanta o más que la de los niños que, sorprendidos y nerviosos, nos observaban desde las ventanas.






De repente, se abrió la puerta principal. Allí nos recibieron los primeros niños. Solamente tres, de unos 15 años. Mirando al suelo, y con una timidez desmesurada, nos dieron la bienvenida. Todo estaba perfectamente ensayado. Sus gestos, sus poses y sus palabras habían sido puesta en escena en más de una ocasión. Lo habían preparado todo con muchísimo cariño para sus invitados: unas personas extrañas que habían llegado de un lejano país llamado España.

En una bandeja metálica nos ofrecieron un poco de pan, el cuál debía ser mojado en sal antes de ser comido. Intuimos que era una forma tradicional de dar la bienvenida. Mientras cada uno de nosotros realizábamos el “ritual” del pan y la sal, uno de los chicos, Vitaly, en nombre de todos los niños que vivían en Chervony Khutir, nos mostró su agradecimiento por nuestra visita. Se ofreció para ser nuestro guía y nos invitó a pasar al edificio escuela.




Nada más entrar pude comprobar la antigüedad del Centro. -¿Más de 100 años?- pensé. Creo que me había quedado corto. Aquello era mucho más antiguo. En el vestíbulo había numerosos bancos y perchas de madera, en donde debían dejarse los abrigos y los zapatos. También había una pequeña habitación que hacía de sala de espera y en donde los visitantes podían sentarse cómodamente y esperar a ser recibidos. Era la antesala a un inmenso y lóbrego pasillo. El olor era muy penetrante, como a madera podrida. Aquél era el olor del abandono.



Pasillo del edificio-escuela del orfanato



Conforme nos dirigíamos a la planta superior de la escuela, íbamos parando en cada uno de los recovecos de ese oscuro y antiguo orfanato. Vasily nos iba hablando sobre cada uno de los murales repletos de fotografías, recuerdos y dibujos que estaban colgados en casi todas las paredes. Nuestra amiga Dasha nos iba traduciendo cada una de las frases que iba diciendo Vasily. El chico lo estaba haciendo muy bien. Creo que podría llegar a ser un buen guía para un museo. Ponía mucho empeño en cada uno de los detalles que nos iba contando. Finalmente llegamos a la planta de arriba. En una de las habitaciones nos esperaban algunos de los responsables del Centro, los cuales nos dieron la bienvenida y nos hicieron una interesante introducción a la historia del orfanato de Chervony Khutir. Por cierto, me gustaría dar de nuevo las gracias a Dasha por su traducción, porque la historia de aquél lugar me pareció fascinante. Mientras nos relataban cada uno de los hechos históricos más relevantes del orfanato, pudimos ver los diversos materiales que se guardaban en aquella sala. Eran recuerdos. Algunos de los objetos no eran muy agradables. Como ejemplo, los cascos abandonados y restos de bombas de las dos grandes guerras mundiales. Esos objetos habían sido encontrados por los niños en los alrededores del orfanato.

Chervony Khutir fue construido y fundado por una orden religiosa a finales del Siglo XIX. Durante el siglo XX tuvo varias funciones. No obstante, la función principal del centro siempre había sido la de orfanato escuela. Me llamó mucho la atención el saber que aquél orfanato había sido un centro penitenciario para menores durante gran parte de la época de la Unión Soviética. Era curioso, pero me costaba imaginar un centro de reclusión sin vallas. -¡Claro!- trataba de razonar. -¿Dónde podrían ir? Era el lugar perfecto. Allí, en mitad de la nada. Imposible el trazar un plan de huída- pensé. Incluso, durante el gobierno de Stalin, los niños que allí residían fueron deportados a Siberia. Fuimos testigos de cientos de duros relatos que describían perfectamente la Historia de un lugar que ni siquiera aparecía en los mapas. La triste Historia del Orfanato de Chervony Khutir.

Volvimos a bajar al vestíbulo de la entrada. Por el pasillo podían verse diversas puertas que daban a las clases. Cada una de estas clases estaba decorada con motivos que recordaban la asignatura que allí se impartía. Me gustó mucho la clase de literatura en la que había grabados de poetas y escritores rusos y ucranianos: Pushkin, Chejov, Dostoievski o Shevchenko (¡no el futbolista, sino el poeta!)…Los pupitres, las sillas y, en general, todo el material escolar estaban obsoletos. Todo parecía tener más de un siglo de antigüedad. Me impresionó mucho el ver el estado en el que encontraban las pizarras. Totalmente arañadas, destrozadas, gastadas. Pero allí, y en esas condiciones, estudiaban más de 130 niños y niñas de todas las edades. Recibían una formación muy básica. Una educación infinitamente elemental.



Pasillo principal del orfanato



Había llegado la hora de la interacción con los niños y niñas del Centro. Dasha y Yana habían preparado varias sorpresas: juegos, concursos, obras de teatro…Todo lo habían hecho con mucho interés y cariño. El fin principal era el de ayudar a esos niños. Y, claro, siempre y cuando realizaran bien cada una de las funciones que cada niño tenía asignada, se les premiaría con regalos: material escolar y un poco de dinero para todo aquél que se ganara su “sueldo”. Nos fuimos a una de las clases. Allí estaba el grupo de 20 niños con el que trabajaríamos todo el día. Eran los niños más mayores. Podrían tener de unos 14 a 18 años. Habían estado preparándose duramente “su trabajo” durante varias semanas. Y el momento había llegado. Les tocaba mostrarnos el resultado de su esfuerzo. En primer lugar, nos hicieron una exposición sobre lo que para ellos era España. Fue un momento muy divertido. Algunos niños, incluso, pensaban que en España había canguros. Fue una forma amena de conocer detalles de nuestro propio país, a través de los ojos de los niños del orfanato de Chervony Khutir.




Talleres formativos





Tras la exposición, comenzamos diversos concursos y juegos en los que se iba premiando la actuación de cada uno de los niños. Nosotros colaborábamos con ellos y pasamos un rato muy agradable. Era reconfortante el ver cómo esos niños estaban “ganándose” los regalos, a modo de sueldo. Además, se veía que estaban disfrutando con lo que estaban haciendo.






Actividades y juegos



Y, al fin, uno de los momentos más esperados y bonitos de nuestra visita al orfanato. Íbamos a asistir, como invitados de honor, a la función de teatro que, con la ayuda de Yana y Dasha, habían preparado los niños. A esta obra de teatro acudirían todos los niños del centro, así como los responsables y profesores del orfanato. Nos dirigimos al espacioso salón de actos. En ese momento ocurrió algo que me pilló desprevenido. Algo que no esperaba. Al entrar en la sala, ya estaban todos los niños esperándonos. Estaban sentados, expectantes por ver la obra de teatro. Nos miraron con curiosidad. Había niños de todas las edades. Serían más de 100. El salón de actos estaba a rebosar. Y, de repente, me percaté de algo. Allí, sentados, había algunos niños enfermos. Llamaban mucho la atención. -¡Vaya putada!- pensé. No me lo esperaba. Todos hemos visto alguna vez fotos o documentales de los famosos niños de Chernobil. Esos niños con secuelas físicas. Me refiero a esos niños sin pelo, pálidos, entristecidos…Bueno, no quiero hacer más hincapié en este tema, porque es algo que todos hemos visto alguna vez y, estimo, que no hace falta dar más detalles al respecto, pero os prometo que cuando te enfrentas cara a cara con esa situación, se te cae el alma al suelo. No sabes cómo reaccionar. Es una situación que te deja triste y apesadumbrado. Es una auténtica putada.

Pues bien, la obra de teatro fue todo un éxito. Muy divertida y dinámica. Los niños disfrutaron muchísimo con la puesta en escena de la obra infantil “La princesa que no podía sonreír”. Era cierto que la princesa no podía sonreír, pero los que sí sonrieron muchísimo fueron los jóvenes espectadores. Llenos de ilusión y alegría, disfrutaron de un día diferente.

Tras la comida, regresamos al edificio escuela del orfanato, en donde seguimos realizando actividades con los niños y les hicimos entrega de muchos regalos en forma de material escolar y deliciosas tartas. Después, mientras Dasha y Yana concluían sus actividades formativas con los niños, nosotros aprovechamos la ocasión para conocer un poquito más cada uno de los rincones del lúgubre orfanato, absorbiendo y saboreando cada una de las insípidas historias de Chervony Khutir.






“…ya comenzaba a anochecer. Serían cerca de las 4 de la tarde cuando me encontraba en uno de los fríos y oscuros pasillos del Orfanato de Chervony Khutir, mirando los enormes murales que contenían cientos de fotos de los niños que habían pasado por el orfanato. También había muchas fotos actuales en las que, incluso, podían reconocerse a algunos de los chavales con los que habíamos estado pasando el día. Al poco rato pasó junto a mí María. Ni siquiera me di cuenta de su presencia. Estaba ensimismado con las fotos. Algunas eran realmente antiguas, aunque me resultaban mucho más conmovedoras las nuevas. Era curioso, pero conforme las fotos eran más recientes, el gesto de tristeza en la cara de los niños era mayor. Al menos, esa era mi sensación. -¿Te gustan?- me preguntó. -Sí, María. Son muy interesantes- le contesté. María era una niña muy guapa. Una chica morena con unos ojos verdes muy expresivos. Bueno, más que una niña era ya casi una mujer, puesto que pronto cumpliría los 18 años. Recuerdo que me comentó que en breve tendría que abandonar el orfanato y que le encantaría salir de allí para ser actriz. -¡Me iré a Kiev y aprenderé arte dramático! ¡O quizá…no, no, actriz no! ¡Me gustaría ser traductora!- decía. -¡Me gustan los idiomas! Me gustaría viajar y conocer otros países. España, por ejemplo. No estaría mal visitar España y poder ver el mar. ¿Sabes una cosa, José Manuel? Nunca he visto el mar. Tú sí, ¡claro! Tú vives en una ciudad junto al mar. ¡Qué suerte!- bromeaba. Estuvimos conversando durante mucho rato. Era una chica muy agradable, pero sus palabras sonaban vacías, faltas de convicción. Ojala me equivoque, pero creo que María sabía perfectamente que jamás sería actriz. Y también sabía que jamás viajaría, aunque fuese su sueño más valioso. Tampoco podría ser traductora, porque no tendría dinero para pagarse unos estudios.

Estuvimos comentando algunas fotos. Mi nivel de ruso y el de inglés de María eran lamentables, pero sí lo suficientemente buenos como para ponerme la piel de gallina al escuchar algunas de las historias del orfanato. -¡Mira, José Manuel! Aquí estamos mi hermano y yo en los Montes Cárpatos. Estuvimos allí hace unos años. ¡Fue genial!- sonreía. -¿Tu hermano?- le pregunté. -Sí, mi hermano mayor. Él ya no está aquí. Bueno, en realidad, no sé dónde estará ahora-. Pude comprobar como la expresión de la cara de María había cambiado. Era la primera vez que la veía seria. Pensé que le incomodó mi pregunta, así que no insistí.

Me llamó la atención la foto de un niño de unos 5 ó 6 años. Estaba de pie, junto a una pequeña y oxidada bicicleta. Su joven rostro era excesivamente serio, como el de la mayoría de los niños de Chervony Khutir, pero había algo diferente en él. No sé el qué, pero era algo que me resultaba familiar. -María, ¿quién es este chico?-pregunté. -Él es Vanya-. María sonrió. -Es un niño muy bueno. ¿Sabes, José Manuel? La historia de Vanya es muy triste. Ya sabes, una historia más de las muchas que hay por aquí. A Vanya le abandonó su madre cuando tenía 3 años- María tragó saliva. Y, ¿por qué? – pregunté. -Su madre lo abandonó cuando se enteró de que su pequeño sufría una grave enfermedad. Ella no podía soportar el sufrimiento de su hijo. Tampoco podía ver cómo cada día su salud iba empeorando. Tomó la difícil decisión de abandonarlo, ya que ella no tenía el dinero suficiente para pagarle un tratamiento médico. José Manuel, ¿puedes imaginarte lo duro y difícil que debió ser para esa madre el abandonar a su hijo?- María me miró fijamente a los ojos, esperando una respuesta. Yo no dije nada.

No sé si fue porque María comprobó que la conmovedora historia del joven Vanya me había afectado demasiado, pero, inesperadamente, comenzó a bromear - ¡Hey, José Manuel! ¡También me gustaría ser madre algún día! ¿Sabes? ¡Tener una familia enorme y ser la mejor actriz ucraniana de la historia! ¡La más guapa y rica! ¡Ay, no! ¡Actriz no! ¡Traductora!– María sonreía, pero yo no. No podía sonreír, porque de mi mente no se borraba la imagen de la desdichada madre de Vanya la noche en la que tomó la difícil decisión de abandonar a su hijo. Sí, era de noche. Estoy seguro de que era de noche cuando tomó la decisión final. Una noche invernal. Gélida y oscura. Solamente de noche una madre podría ser capaz de tomar una decisión de tal calibre. Y de repente…-¡Ahora caigo! ¡Vanya!- grité. Un estremecedor escalofrío me recorrió la espalda cuando recordé que Vanya era aquél niño que había visto esa misma mañana en el salón de actos del orfanato. No había duda. Vanya era uno de aquellos niños enfermos que tanto me habían impactado al verlos durante la obra de teatro. ¡Sí! Vanya era aquél chaval que, alegremente, nos daba los “buenos días” a todos los “invitados” conforme íbamos entrando en la sala para presenciar el show. -Dobri dien. Dobri dien. Dobri dien- decía inquietamente. Era aquél chico que estaba sentado en la fila de asientos delante de mí, a la derecha, justo delante de Ruth. ¡Sí, el mismo! Aquél que disfrutaba locamente con cada uno de los detalles del espectáculo. ¡Dios mío! Un niño con una historia tan dura a sus espaldas y disfrutando como el que más de aquella simpática obra de teatro que, con tantísimo cariño, habíamos preparado para ellos. ¡Era increíble!

Tan sólo con el recuerdo de la sonrisa de ese niño, puedo aseguraros que todo el esfuerzo, tiempo y trabajo dedicado a este proyecto ha merecido muchísimo la pena. Además, estoy seguro de que durante la función teatral, en ese momento de completa felicidad del joven Vanya, su buena madre estaría observándolo por una de las ventanas, desde fuera del orfanato, con el corazón encogido, disfrutando al ver cómo su hijo sonreía, bailaba, cantaba…. Y, por unos momentos, ambos fueron muy felices…”


Ya era noche cerrada cuando abandonamos Chervony Khutir. No recuerdo en qué momento del largísimo viaje de vuelta a Kiev me quedé dormido. Había sido un día extenuante, pero lleno de emociones y vivencias. Estábamos muy satisfechos con el resultado de nuestra visita a este orfanato y, en general, con el Proyecto “Coloreando Sonrisas”. Pocas horas después, ya con las primeras luces del día, me encontraba de nuevo en el Aeropuerto Internacional Borispol de Kiev, esperando el vuelo que me llevaría de regreso a casa. Tenía la sensación de que todo mi viaje había sido un interminable sueño. Pero no. No había sido un sueño. Todo era real. Tristemente real. Como la vida misma.

Era tiempo de volver. Lo necesitaba. Necesitaba regresar a casa para abrazar a los míos.


AGRADECIMIENTOS Y DEDICATORIA

Gracias a todas aquellas personas que han hecho posible que el Proyecto “Coloreando Sonrisas” se haya convertido en una realidad. Gracias a todos los que habéis aportado material, participado con vuestras ideas, así como a todos aquellos que habéis apoyado esta iniciativa solidaria. Y, como no, gracias a Ruth, Carlos, Javier, Yolanda, Sasha, Yana y Dasha, mis queridos amigos, por compartir “sobre el terreno” el resultado de este proyecto. También, gracias a Mª Ángeles, mi mujer, y a mis dos “pulguitas”, Iván y Darío, por vuestro infinito cariño y apoyo.

Dedico el Proyecto “Coloreando Sonrisas” a cada uno de los niños y niñas de los Orfanatos de Yahotyn y Chervony Khutir de Ucrania. Y, en especial, a uno de ellos: al pequeño Vanya.



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